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Montañana »Donde duerme la Edad Media»

El tiempo permanece detenido en este escondido pueblo de la comarca aragonesa de la Ribagorza, en el valle del río Noguera-Ribagorçana. El esplendor de los primeros siglos del milenio es hoy historia en Montanyana y la ruina abandonada, circunstancias que no le restan valor a los ojos del visitante, quien al cruzar el Puente Medieval y pasear por un entramado urbano de estrechas callejuelas viaja en la máquina del tiempo hasta épocas feudales, de viejos reinos y condados, órdenes de caballería y fortificaciones defensivas.

 

No es fácil llegar hasta Montanyana, escrito en castellano Montañana, no tanto por la distancia sino porque permanece oculta a orillas de una carretera nacional pero merece la pena hacer un alto en el camino y disfrutar de un núcleo medieval casi desierto con una variada arquitectura popular y notables monumentos románicos que luchan por hacerse ver entre la maleza. Lugar olvidado en los mapas, marginado de las rutas turísticas y desconocido hasta para los propios aragoneses, este pueblo medieval del valle del Noguera-Ribagorçana, situado en la provincia de Huesca, en la frontera entre Aragón y Catalunya, se esconde a las miradas de los curiosos pese a su cercanía a la carretera que comunica Lérida con el Vall d’Aran. Será necesario encontrar el desvío, en las cercanías de Puente de Montanyana, ayuntamiento del que depende, para recorrer una pista de poco más de un kilómetro y llegar al núcleo donde piedras seculares reciben al viajero y lo sumergen en una atmósfera ancestral.
Hay referencias de este pueblo en el cartulario del monasterio de Alaón, al que debió estar muy vinculado, en los últimos años del siglo X, y los libros de historia dejan constancia de la importancia que desempeñó en la Corona de Aragón. Es seguro, según los historiadores, que allí estuvieron afincadas las órdenes militares, con presencia de los  Templarios en el siglo XIII. Pero no es necesario recurrir a los libros para reconocer en cada rincón de este pueblo el notable papel que debió jugar en la Edad Media. Su antigüedad se percibe en el trazado urbano, intocable desde hace siglos y tejido en las faldas de una colina dominada por la Iglesia de Nuestra Señora de Baldós. Las estrechas callejuelas fueron concebidas, y así permanecen, para el paso de los hombres y las caballerías, es impensable que un vehículo a motor pueda desplazarse por las sinuosas y empinadas calles del pueblo que irremediablemente conduce a la iglesia y a lo largo de las cuales se ofrece a nuestros ojos la imagen de recias murallas y pórticos que un día vivieron una época mejor.
Sin duda alguna, uno de los elementos más impresionantes del entramado medieval, quizá por ser uno de los primeros que encontramos al adentrarnos en el pueblo, es el Puente Románico construido sobre uno de los barrancos que enlaza los dos barrios del casco urbano. Cruzado este paso, al volver cada esquina tropezamos con numerosas referencias al esplendor del pasado. Los edificios han aguantado, como han podido, el transcurrir de los siglos y aunque la mayoría de las casas están en ruinas, no faltan carteles que avisan del peligro de derrumbamiento, los más ricos, aquellos en los que los señores feudales dejaron su huella, permanecen en pie. Tres Torres Defensivas y las dos iglesias, Nuestra Señora de Baldós y la Ermita de San Juan, ejemplifican la riqueza del lugar de Montanyana, donde la historia permanece anclada y el visitante tiene la sensación de haber penetrado en la máquina del tiempo para retroceder cinco siglos y conocer cómo vivían aquellas gentes del medievo.
Hablar de Montanyana es hablar de un vestigio arquitectónico del pasado, de un entramado urbano en peligro de extinción, pero también es hablar de un imparable proceso de deterioro y ruina al que es necesario poner freno, de una agonía que, de continuar, acabará con este poblado medieval y borrará una parte importante de nuestra memoria, de un conjunto monumental al que hasta ahora sólo se ha intentado proteger con reconocimientos oficiales que no han ido más allá del papel. Atendiendo a sus valores artísticos y para garantizar su preservación, el 15 de Diciembre de 1974 fue declarado Conjunto Histórico-Artístico, una figura legal que no llegó acompañada de las inversiones necesarias para su restauración ni ha impedido que proliferen lostejados de uralita en las viviendas recuperadas en los últimos años como segunda residencia, un proceso que ha puesto fin al progresivo abandono, aunque ajeno a un plan ordenado de restauración y rehabilitación.
Actualmente asiste a una nueva época de su historia. Decenas de personas lo han elegido como segunda residencia y el Ayuntamiento y el gobierno autonómico han demostrado interés en impulsar su conservación, declarándolo Zona de Rehabilitación Preferente, pero por ahora esta declaración no deja de ser simbólica a falta de planes concretos y la inversió pública necesarios para frenar el avance de la maleza, el deterioro de las piedras de su variada arquitectura popular, la consolidación de las iglesias y fortificaciones y la recomposición de la interesante trama urbana del pueblo medieval.
HEROICOS HABITANTES
En el siglo XIV se encendían en Montanyana 149 fuegos; hoy, en las puertas del siglo XXI, tan sólo residen permanentemente en el lugar dos familias. La despoblación se convirtió en una lacra en este siglo, sobre todo en los años sesenta y setenta (en 1950 había 160 habitantes, 47 en 1970 y 14 en 1981) y con ella la maleza empezó a adueñarse de la aldea. Montanyana dejó el protagonismo a la localidad de Puente de Montanyana, a la que da nombre, situada al pie de la carretera Nacional que comunica Lleida y el Vall d’Aran, al amparo de la cual ha crecido en las últimas décadas. Vivir en este pueblo tiene algo de heroico. Las viviendas disponen de luz eléctrica pero no hay red de agua potable ni alcantarillado. Para suplirlos existen fosas asépticas y depósitos de agua que se suministran de los barrancos o con cubas llevadas por el ayuntamiento cuando se secan los cursos fluviales. La falta de servicio básico ha propiciado el recurso a la picaresca, con vertidos incontrolados y bombeos ilegales. Aunque sólo seis personas viven todo el año, la regresión demográfica se ha invertido y durante los veranos es posible reunir a unas doscientas personas. Hijos de antiguos vecinos y forasteros atraídos por el bajo precio de las viviendas, la belleza del casco urbano y la tranquilidad de estos parajes han convertido el pueblo en lugar de segunda residencia.
TRES TORRES Y DOS IGLESIAS
La Iglesia Románica de Nuestra Señora de Baldós domina la cumbre del cerro donde se asienta el pueblo. Podríamos decir que su dominio es majestuoso, lo mismo que el de las tres Torres Defensivas enclavadas en puntos estratégicos del pueblo, si no fuera por su estado ruinoso, aunque mientras las fortificaciones son irrecuperables, de ellas sólo quedan restos, el templo está en proceso de restauración y si ahora nos acercamos a visitarlo tendríamos que sortear los puntales que sujetan la estructura. Para los habitantes del pueblo, la prioridad es consolidar la iglesia, casi un símbolo, porque desde su punto de vista, si la iglesia se cae, el proceso de degradación del resto del pueblo será imparable. Nuestra Señora de Baldós fue construida en el siglo XII, lo mismo que la Ermita de San Juan, los dos monumentos más importantes y que le proporcionan ese carácter medieval. A diferencia de la primera, San Juan se sitúa en un lugar apartado del pueblo, cerca del barranco del mismo nombre. También está siendo sometida a los primeros trabajos de consolidación antes de proceder a la restauración. En Noviembre del año 1.998, las obras permitieron descubrir un conjunto pictórico oculto en el coro, probablemente del siglo XV. La Ermita lleva años cerrada debido a su lamentable estado de abandono, acelerado al derrumbarse la bóveda y quedar al descubierto parte del edificio.