Montañana. Articulo Sr. Martín Retortillo, socio de honor
La firma Hace ya más de diez años que el firmante de este artículo tuvo un contacto fascinante con un pueblo altoaragonés, arruinado, alejado y solitario. La desolación de Montañana, en Ribagorza, le hizo cavilar mucho. Este conjunto medieval está viendo ahora su recuperación. Escribe Jose L. Martín-Retortillo
Montañana, el renacer de las ruinas
Cuanta desolación y cuánto abandono ha tenido que padecer la dura tierra altoaragonés, en cada lugar, tan dejada a su propio olvido. Y a su propia gente, claudicando y marchando, como tantas veces, como la mejor opción. Cuánto silencio, cuánto abandono, cuánta soledad, cuánta hambre es preciso soportar para reconocer los valores que se tienen y que se abandonan necesariamente por que no sirven para la vida moderna. Los valores de esa mirada hacia atrás, que supone saber de dónde venimos, cómo hemos sido, cómo se ha vivido, cuanto cuestan las cosas. Y a la vez, cuanta belleza. Belleza de artesano, de trabajo y de paciencia no de artista a los modos urbanos actuales. Cuánta belleza junto al abandono. Cuántas preguntas se pueden hacer, casi siempre sin respuesta, porque nadie da una respuesta única, clara, precisa, que satisfaga las preguntas. Un pueblo del oriente aragonés, de la banda de los somontanos o tierras intermedias entre le Pirineo y el Ebro, con problemas tan similares a los que pueda haber por el sudorel, el Rematriz o la Guarguera, las tierras del Montsec o las de Calasanz, o las de Fantova, o las de Calasanz, o las de Aguinalíu, por citar algunas, o por decir que los problemas son similares por doquier, en zonas que parecen casi desconocidas. Cuántas preguntas cabrían, para un pueblo que era un fantasma, un grupo alzado de piedras, maleza y torres por caer, que recuerda el tópico romántico. Una calle para subir a la torre y a la iglesia del ato, y otra junto a un río, seco en verano, que se juntan en el soportal donde se ubica el edificio municipal, con ermita y con puente incluidos, para acabar de hacer el belén ideal. Eran muchas preguntas para el camino, porque nada queda quieto, salvo la foto fija del recuerdo.
El pueblo se llama Montañana, en el municipio de Pont de Montañana, junto al Noguera Ribagorzana. En la huega donde Cataluña se encuentra o se une con Aragón, que no es lo mismo que hablar de fronteras. En una zona lejana de Barcelona y de Zaragoza, ciudades hermosas y grandes, a su modo cada una, pero donde en proporción abunda la ignorancia. Nadie se engañe . No conozco un pueblo medieval, de tanta belleza y de tanto por hacer, como Montañana. No hay otro en toda la provincia de Huesca, de tanta calidad y belleza, conservado como si el tiempo se hubiera detenido hace unos cientos de años. Y de tanta evocadora sugerencia en cada piedra, como este lugar ribagorzano, que es una gloria de la humanidad.
Montañana es una hermosura en piedra. Intacto, alejado, ignorado, ha languidecido en sus muros de piedra seca y en sus zarzas hasta la ruina. Lugar medieval, tal cual. Hoy, felizmente el proceso se ha invertido. En esta legislatura pasada, los poderes públicos aragoneses han tenido al acierto de apostar con rotunda inteligencia por su salvación, ante la ruina, la especulación, el expolio y la selva de la autoconstrucción. Adaptado a la orografía, con criterios defensivos, con murallas, torres y muros, economizando espacios y paleando por sus bancales y con sus piedras. Y sus iglesias, especialmente su ermita de abajo, la de San Juan. Es ya una visita obligada y un punto inicial para conocer la comarca.
La humanidad, contemplada simplemente en el trabajo laborioso y paciente de traer y poner las piedras, de los bancales a los muros, está ganando una dura y larga batalla. La humanidad, la de Europa y la de toda España entera, debería aplicarse el cuento, y soltar la calderilla de sus luengas carteras, para llegar con resuello hasta el final de la cuesta y del empeño.